Rodeados como estamos de variada vegetación, en este entorno del jardín puede apreciarse bien cómo los Montpensier idearon unos espacios verdes que acogieran la mayor diversidad vegetal posible, con especies originarias de tierras tan lejanas como Asia o las islas del Océano Pacífico.
Esas aguas empezarían a estar al alcance de los expedicionarios a partir del 21 de octubre de 1520, cuando Antonio Pigafetta describe lo que parece ser un nuevo entrante de agua en el continente y posible vía de comunicación entre océanos: este estrecho, como pudimos verlo en seguida, tiene de largo 440 millas, o sea 110 leguas marítimas de cuatro millas cada una y media legua de ancho, poco más o menos, y va a desembocar a otro mar que llamamos Mar Pacífico. Este estrecho está limitado por montañas muy elevadas y cubiertas de nieve, y es también muy profundo, hasta el punto de que, aun estando bastante cerca de tierra, no encontraba el ancla fondo en veinticinco o treinta brazas.
El 1 de noviembre las naves entraron por fin al estrecho al que llamaron entonces de Todos los Santos, en honor a la festividad que se celebraba ese día. Magallanes ha descubierto felizmente que el ansiado pasaje existe, solo que es un laberinto de agua, muy difícil de navegar, que pondrá a prueba la paciencia y el tesón de los expedicionarios. Pasaron el mes explorándolo, a veces avanzando y otras retrocediendo, sin registrar encuentro alguno con seres humanos, si bien intuyeron su presencia cuando vieron de noche unas llamas en las orillas, lo cual motivó el que Magallanes diera a la región el nombre de Tierra del Fuego.
Pigafetta pudo detenerse a observar estos parajes y ofrecernos en su diario una bella descripción de este solitario confín del mundo: la tierra de este estrecho, que a la izquierda se dirige al sudeste, es baja. A cada media legua se encuentra en él un puerto seguro, agua excelente, madera de cedro -es probable también que Pigafetta viera algún tipo de araucaria-, sardinas y marisco en gran abundancia. Había también hierbas, y aunque algunas eran amargas, otras eran buenas para comer, sobre todo una especie de apio dulce que crece en la vecindad de las fuentes y del cual nos alimentamos a falta de otra cosa mejor. En fin, creo que no hay en el mundo un estrecho mejor que éste.
El 27 de noviembre los viajeros vislumbran el final, la salida a mar abierto; no es por tanto gratuito el nombre que le pusieron al último saliente de tierra, Cabo Deseado. Al día siguiente, el 28 de noviembre, escribe Pigafetta cómo desembocaron del estrecho para entrar en el gran mar, que desde entonces dejó de denominarse del Sur para, en contraste por el tortuoso viaje por el estrecho, pasara a llamarse Pacífico.